En lo más profundo de su ser la embargó la sensación de vacío y de que nada tenía sentido en aquél instante. El avión se precipitaba a una velocidad extraordinaria y a través de la ventanilla podía ver cómo se sucedían las imágenes con rapidez, conjugando el azul del cielo sobre el que se alojaban muchas nubes, con el verde selvático de la zona próxima a Pucalpa, en el norte del Perú.
“Dios ayúdame, no permitas que muera ahora, cuando tengo tantos sueños...”, murmuró angustiada Otilia Hernández, pero sus palabras fueron ahogadas por el ruido ensordecedor del avión que se precipitaba a tierra.
No volvió a saber nada hasta que recobró la conciencia. Fue entonces cuando dimensionó la situación en su proporción real. Estaba viva mientras que más de cincuenta pasajeros, igual que ella con muchas ilusiones, habían perecido en el trágico accidente.
Esta enfermera ha vuelto a sus actividades cotidianas. Todo quedó atrás. Ha sido como un sueño. Algo que desea olvidar y a lo cual echó tierra para que no la atormente durante la noche, en los sueños que buscan abrirse paso en su mente, traviesos y curiosos, mientras descansa.
“Dios me salvó la vida.”, explicó a un periodista que la interrogaba sobre la odisea vivida. “No dudo que Dios respondió a mi clamor”, le dijo.
En los momentos de mayor crisis
Sería interesante poder hacer una encuesta entre las personas que enfrentan una crisis colectiva, como por ejemplo un accidente. Algunos pensarán que tenían muchos años por disfrutar; otros que desconocen a ciencia cierta a quién le dejarán el dinero por el que trabajaron; habrá quienes se lamenten por no haber vivido más; por último, quienes vuelvan su mirada a Dios.
Lamentablemente es un común denominador. Son muy pocos los que buscan al Padre en los momentos de mayor crisis. Lo dejan de lado. Le marginan de su existencia. Confían más en sus capacidades o en la ayuda que pueda brindarles alguien conocido, que en Aquél que les creó.
Otilia clamó al Señor. Sabía que era la única salida. La Biblia dice: “Me rodearon lazos de muerte, me encontraron las angustias del sepulcro, y caí en tribulación y tristeza. Entonces invoqué el Nombre del Señor, diciendo: “Sálvame, Señor”. Clemente es el Señor y justo. Compasivo es nuestro Dios. El Señor guarda a los sinceros. Estaba yo postrado y me salvó.”(Salmo 116:3-6).
Cuando las dificultades rondan su vida o quizá han creado un cerco que amenaza su tranquilidad, es necesario refugiarnos en el Dios de poder en quien hemos creído. Es nos ama. Su misericordia hacia nosotros es infinita. Vendrá en nuestra ayuda, sin mayor dilación. No deje pasar el día de hoy sin clamar al Señor.
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