Protección emocional

En la antigüedad, la ropa de un bebé durante los primeros meses de vida era casi exclusivamente las fajas (Ezequiel 16:4). Después de ser lavados y salados, eran envueltos en un paño que les cubría todo el cuerpo. Algunos piensan que esto prevenía que las coyunturas y los huesos se deformaran, ya que impedían el movimiento. Del mismo modo, me gustaría considerar las fajas como una clase de protección que además de física, puede ser emocional y mental (si no existe, el pequeño está expuesto a daños permanentes en su mente y en sus sentimientos). Se podría decir que muchas mujeres han sufrido a causa de la desprotección, siendo niñas, y continúan padeciendo sus consecuencias en la adultez. Quizá, usted se encuentre entre ellas y pueda identificar, en este momento, los efectos de ese descuido.
Los daños –físicos, emocionales y psicológicos—pueden llegar de muchos lados, y un pequeño necesita protección. Los padres, normalmente, cumplen con ella. Si alguien le hace algún daño o lo insulta, ellos son los más indicados para rectificar cualquier situación y defenderlo. Sin embargo, hay algunos que nunca lo hicieron y, como consecuencia, sus hijos sufrieron los daños. Si esto forma una parte de su historia, tiene que narrarlo, como lo hizo con respecto al rechazo y el abandono. Es difícil, porque sentimos cierta lealtad hacia las personas que nos criaron. No estoy hablando de faltarles el respeto ni mucho menos, pero sí es necesario poder reconocer e identificar los elementos de nuestra historia que necesitan ser sanados por nuestro Buen Pastor. Él vendrá a aplicar la medicina y darnos las ropas que nos hacen falta. Mensaje de Nolita W. de Theo.

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