No se desespere buscando ser perfecto Devocional
Frustración. Una palabra. Corta. Contundente. Desoladora. Lo había intentado. No volver a enojarse. Incluso aquella mañana se fijó el propósito. “No vuelvo a incurrir en lo mismo”, se dijo apenas abrió los ojos y encontró la habitación bellamente iluminada, con un sol que invitaba a vivir. Estaba cansado de enojarse, a veces por trivialidades. Sus raptos de ira le habían granjeado muchos problemas: con su familia, con su esposa, con sus hijos y con sus vecinos. Todos coincidían en un hecho, no querían volver a tener trato con Julio.
--Es un hombre irascible e impredecible—decían sus compañeros de oficina.
--Yo creo más bien que está loco; cualquier cosa, por mínima que parezca, le despierta unos arranques de rabia como un huracán--, replicó otro.
Él mismo, aquella mañana de jueves, se había fijado el propósito de no seguir con lo mismo. “Quiero cambiar y desde hoy, lo voy a lograr”, se repetía una y otra vez mientras se lavaba los dientes, y segundos después, mientras el agua caía sobre su cuerpo, canturreaba bajo el convencimiento de que comenzaba una nueva vida.
Y por más de una hora logró su propósito. El café estaba demasiado caliente, pero miró a Rebeca su esposa, con una sonrisa entre comprensiva y amorosa. Luego uno de sus hijitos derramó la leche sobre la mesa, y él sólo atinó a sonreír y decirle: “Tranquilo, a todos nos ha ocurrido”.
Camino del trabajo iba feliz. “Claro que puedo lograr el cambio”, se repetía mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante, enfrente de un semáforo.
Un momento después su rostro estaba encendido, a punto de explotar. “¿No ves por donde andas?”, le gritó al conductor que adelantó su auto y por poco le lleva a chocar: “¿Estás loco o cuál es tu problema? Mentecato.”, seguía vociferando hasta que perdió de vista al conductor distraído.
Fue muchas cuadras después, a pocos metros de ingresar en el parqueadero de la factoría, cuando cayó en cuenta del escándalo que había protagonizado. “Definitivamente no voy a cambiar”, se repetía y aquél día fue un verdadero desastre. Anhelaba ser perfecto, pero reconocía, había fallado y lo más probable es que siguiera siendo así. No tenía caso, según razonaba.
Ser perfecto, el gran problema
En criterio de los especialistas, el mayor problema del ser humano estriba en buscar la perfección por diferentes vías para converger en una realidad que pocos reconocen: resulta imposible.
El psicoanalista y filósofo nicaragüense, Ricardo Peter explica que la concatenación de sensación de derrota y frustración que asiste a quienes buscan ser perfectos, tiene origen en la educación occidental que desde la niñez nos orienta a modelos de “seres que nunca fallan” y dejan de lado una realidad: somos frágiles y proclives a fallar.
El pasar por alto nuestra naturaleza limitada lleva a considerar como un fracaso cualquier intento de cambio. “No podemos cambiar nada esforzándonos a cambiar”, asegura este especialista que lleva muchos años estudiando el tema, y explica que hay quienes se exigen hasta el límite de sus fuerzas procurando alcanzar altos estándares de vida y comportamiento.
Los siquiatras norteamericanos Paul Hewitty y Gordon Flet –con más de veinte años estudiando el asunto de la perfección e imperfección humanas--, coinciden en señalar que la falta de reconocer que se cometen errores, lleva a un estado de desesperanza. “Es necesario que aprendamos a aceptar nuestra imperfección”, aseguran.
En su criterio, exigirnos ser perfectos y comprobar que no es posible en nuestras fuerzas, lleva a experimentar trastornos físicos y sicológicos, especialmente asociados a los hábitos alimenticios, como anorexia y bulimia, al tiempo que los niveles de ansiedad se disparan y llevan a cuadros de depresión severa, alto riesgo de suicidio, sensación de impotencia para alcanzar metas y un estado de desesperanza que puede tornarse crónica.
Este perfeccionismo afecta más a mujeres que a hombres, especialmente porque el género femenino procura el cuerpo ideal, la belleza sostenida en el tiempo, temor a no colmar las expectativas que tienen los demás y, además, alcanzar solidez económica y una posición laboral de reconocimiento.
Propuestas desde la perspectiva científica
Procurando resolver el problema, científicos de diversos países están articulando lo que se conoce como “Terapia de la imperfección”. El propósito es que las personas que se sienten al límite de sus fuerzas en la meta de cambiar, reconozcan su insuficiencia y admitan que cometer errores no los debe llevar al borde del abismo. Plantean que una cosa es perfeccionismo, como actitud utópica y hasta idealista muy común en el ser humano y que se circunscribe a no cometer ningún error en la vida, y los deseos de mejorar, que reconoce los errores y avanza cada día hacia la corrección de las fallas.
Lograrlo es posible en la medida en que se modifiquen los esquemas de pensamiento, que tienen directa incidencia en todo cuanto hacemos, es decir, en la parte conductual. Este fundamento de la sicología moderna está en consonancia con una pauta que trazó el apóstol Pablo hace poco menos de dos mil años cuando escribió: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.”(Romanos 12.2, Nueva Versión Internacional)
Los especialistas están de acuerdo en sugerir que las personas que enfrentan la frustración que desencadena el síndrome de la perfección, que reconozcan sus limitaciones, aceptan las cosas que están por encima de sus capacidades y, en lo posible, redefinan metas como un paso para cambiar y no verse inmersos en sensaciones de angustia y frustración.
¿Qué perspectiva tiene Dios de la perfección?
Usted se sorprenderá al descubrir que su perspectiva de la perfección no es la misma que tiene Dios. Él reconoce nuestras fallas, pero cuando hay arrepentimiento sincero, valora el compromiso que asumimos para andar delante de su presencia en santidad, es decir, con una determinación de estar al margen de todo aquello que transgrede Sus principios y preceptos.
Comparto con usted siete elementos de suma importancia que le ayudarán a comprender cuál es la visión que tiene Dios de ser perfectos y cómo podemos encajar nosotros en esa concepción.
1. Delante de Dios somos justos
Con el cúmulo de pecados que hemos cometido, jamás podríamos siquiera estar delante de la presencia de un Dios Santo como aquél en quien hemos creído. Deseo ilustrarlo con un incidente ocurrido cuando estaba en la fila de migración en el Aeropuerto de Tocumen, en Panamá. El funcionario tras la casilla comprobó el Pasaporte de un ejecutivo. Lo miró para corroborar que era el mismo de la fotografía, le pidió que esperara unos segundos, hizo una breve llamada telefónica y en menos de un minuto dos agentes le pidieron al hombre acompañarles a una oficina contigua. Resultó que tenía un amplio prontuario por “lavado de dólares”, cuidadosamente detallado en el sistema y que abría puertas a su captura donde quiera que le hallaran.
Igual con nosotros: si viéramos en detalle los pecados cometidos en el pasado, admitiríamos que resultaba literalmente imposible presentarnos delante del Señor y menos aún, ser salvos.
No obstante, gracias a la obra redentora del Señor Jesús, nuestro Padre celestial no solo perdonó nuestros pecados sino que nos abrió las puertas a una nueva vida, como describe el apóstol Pablo: “Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús. .”(Romanos 3.22-26, Nueva Versión Internacional)
Gracias a la obra redentora, todo su pasado de pecado y continuos errores, que le impedían no solo cambiar sino crecer en las dimensiones personal y espiritual, quedó literalmente borrado y ahora, Él –nuestro amado Señor—le ofrece una nueva oportunidad.
Una primera pincelada al cuadro completo, nos indica entonces que Dios mismo nos ayuda a ser perfectos.
2. Dios nos lleva a reconocer los errores
Sólo en la medida en que reconocemos que los errores están siempre ahí, y que en nuestras fuerzas no podemos superarlas sino bajo la fortaleza de Dios, logramos avanzar en el proceso de crecimiento personal y espiritual.
El apóstol Pablo, el gran batallador de Cristo en el siglo primero, describió en los siguientes términos la lucha que libraba consigo mismo: “Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara...”(2 Corintios 12:7, 8. Nueva Versión Internacional)
Cada vez que el orgullo procurada anidar en su corazón, Pablo enfrentaba una pared y debía admitir que no era en sus fuerzas sino en las de Dios como lograría el cambio y crecimiento. Igual con nosotros hoy. El perfeccionismo será nuestro mayor problema hasta tanto reconozcamos que tal perfección se logra cuando caminamos de la mano de Dios y le permitimos obrar en nuestro ser.
3. Dios nos llamó a ser vencedores en Cristo
Ir de la mano de Dios, nos asegura la victoria siempre. Él dejó en manos de Su amado Hijo Jesús, a la iglesia que somos usted y yo y nos ayuda a vencer cuando creemos que las debilidades son más fuertes que nuestra capacidad. El escritor sagrado resalta que en Cristo somos vencedores: “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”(1 Corintios 15:56, 57, Nueva Versión Internacional)
Cuando sienta que no pude más, que está luchando contra la corriente, reconozca que lo más probable es que está batallando en sus fuerzas y esas fuerzas siempre se agotarán; sin embargo, si tiene la mirada puesta en Jesucristo, va a Su presencia en oración, y le pide fortaleza, podrá sobreponerse cualquier obstáculo, incluso a los más complejos de superar, que son aquellos que provienen de nuestra naturaleza humana.
4. Dios nos llama a elegir apropiadamente
Todos tenemos la oportunidad de elegir. El asunto está en qué tipo de decisiones tomamos. Piense por un instante el sinnúmero de ocasiones en la que fue a un centro comercial a comprar un electrodoméstico. Infinidad de marcas y múltiples opciones. Hay instantes en que no sabe qué comprar, pero termina negociando uno en particular. Tiempo después comprueba que no fue una buena elección. Piensa: “Si quizá hubiese tomado más tiempo antes de inclinarme por este televisor…”.
Igual con las decisiones que tomamos a diario, y que en criterio de los especialistas son alrededor de 2.500 –desde pequeñas hasta grandes decisiones—en una jornada de 16 horas.
Pablo optó por someter su cuerpo a Dios. Sabía que la inclinación de su naturaleza humana era bien distinta de la que el Padre celestial esperaba, pero él –aunque le pareciera complejo—ponía bajo el dominio del Señor su naturaleza humana: “Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.”(1 Corintios 9:26, 27, Nueva Versión Internacional)
Pecar es una opción que siempre estará a la puerta, pero la decisión de pecar o no, siempre será nuestra. Nadie toma una determinación de llevarnos a pecar, somos usted y yo quienes nos inclinamos hacia uno u otro extremo.
5. Dios valora los pequeños cambios
La mayor frustración que experimentamos cuando avanzamos hacia el cambio y crecimiento, personal y espiritual, es que esperamos resultados rápidos. No obstante, nuestro amado Dios valora los pequeños avances que experimentamos a diario. Él conoce nuestras decisiones y sabe en qué dirección nos encaminamos.
El apóstol Pablo, a quien hemos invitado hoy para que nos ayude a despejar el concepto que tiene Dios de la perfección y de qué manera difiere de nuestra perspectiva, escribe: “No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.”(Gálatas 6:7-10, Nueva Versión Internacional)
Cambiar y crecer es un proceso que nos permite siempre dar nuevos pasos, tomados de la mano de Dios. Él sabe de nuestras luchas y está dispuesto a colaborarnos para que superemos los obstáculos que emergen al paso. Recuerde que la vida cristiana no es una telenovela, por el contrario, está signada por retos. Vencemos en la medida que marchamos con el poder de Dios.
6. Avanzamos al cambio y crecimiento, pero firmes…
En mayo de 2010 el colombiano Nelson Cardona Carvajal se convirtió en el primer discapacitado en ascender a la cumbre del Everets. Una proeza. Él explicó al mundo entero, a través de los medios de comunicación, que fue posible gracias a la perseverancia, con ayuda de Dios.
Al dirigir una carta a los creyentes de Filipos, el apóstol Pablo utiliza un planteamiento que comparto con usted y que resulta clave: “Por lo tanto, queridos hermanos míos, a quienes amo y extraño mucho, ustedes que son mi alegría y mi corona, manténganse así firmes en el Señor.”(Filipenses 4:1, Nueva Versión Internacional)
La instrucción era clave: mantenerse firmes en el Señor Jesús. Es probable que nuestra naturaleza humana sea proclive a fallar. Eso si avanzamos en nuestras fuerzas, pero si permanecemos firmes en Cristo, dependiendo de Él, tenemos asegurada la victoria.
7. Perseveramos en Dios, para cambiar y crecer
La perseverancia es fundamental en todos los escenarios que nos desenvolvamos. Todo cuanto pensemos y hagamos, las metas que nos fijemos y las acciones que emprendamos, deben estar rodeadas de perseverancia. Igual en la vida cristiana.
Es probable que las tentaciones salgan al paso cuando buscamos vivir a Cristo; sin duda, enfrentaremos dificultades y oposición, en nuestro diario vivir o quizá, haya quienes se burlen, critiquen o ataquen por nuestras convicciones de fe. En todos los casos, y como lo enseña el apóstol Pablo, lo que debemos hacer es perseverar: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.”(Filipenses 4:12-14, Nueva Versión Internacional)
No podemos vivir de las viejas glorias, ni tampoco, desanimarnos por los obstáculos. Nuestra condición de cristianos nos obliga a seguir adelante, de la mano del Señor Jesucristo.
Aun cuando fallemos, Dios nos ve perfectos. No desde una perspectiva como la nuestra que no concibe un yerro. No. Él conoce nuestro corazón, sabe lo que nos duele cometer errores, y en ese proceso de superar los traspiés, quiere ayudarnos.
¿Ya se decidió por Jesucristo?
La mejor decisión que podemos tomar, es recibir a Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras vidas. Él es quien nos permite avanzar hacia el cambio y crecimiento personal y espiritual, a la manera de Dios y no a la nuestra. Es muy sencillo. Basta que usted le diga, allí donde se encuentra: “Señor Jesucristo, reconozco que he pecado. Gracias por perdonar en la cruz todos mis pecados y abrirme las puertas a una nueva vida. Te recibo en mi corazón como mi único y suficiente Salvador. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Si tomó esta decisión, permítame felicitarlo. Es el paso más grande de todo ser humano, que asegura un presente de victoria y una eternidad con Cristo. Ahora tengo tres recomendaciones para usted:
1. Lea la Biblia. En este maravilloso libro aprenderá principios que le llevarán al crecimiento personal y espiritual, que muchos asocian con la verdadera perfección.
2. Haga de la oración un principio de vida. Orar es hablar con Dios. No es otra cosa que mantener intimidad con nuestro Padre celestial, gracias a la obra redentora del Señor Jesús.
3. Comience a congregarse en una iglesia cristiana. Ayudará en su proceso de crecimiento personal y espiritual.
Si tiene alguna inquietud, por favor, no dude en escribirme a pastorfernandoalexis@hotmail.com o llamarme al (0057)317-4913705.
© Fernando Alexis Jiménez
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