Si queremos alabar a Dios aceptablemente, debemos alabarle con sinceridad, con todo nuestro corazón. Cuando damos gracias por alguna misericordia en particular, debemos recordar sus misericordias anteriores. No debemos regocijarnos en la dádiva tanto como en el Dador. Los triunfos del Redentor deben ser los triunfos del redimido. —La omnipotencia de Dios es tal que Sus enemigos más fuertes y empecinados no pueden resistir. Estamos seguros que el juicio de Dios es según verdad y que en Él no hay injusticia. Por fe su pueblo puede acudir a Él como Refugio de ellos, y puede confiar en su poder y en su promesa y descansar en Él. Quienes saben que Él es el Padre eterno, le confiarán sus almas como cuidado principal, y confiarán en Él en todo tiempo, aun en el final, y por el cuidado constante procurarán ser aprobados por Él en todo el curso de sus vidas. ¿Quién es el que no busca a Aquel que nunca ha abandonado a quienes le buscan?
Vv. 11—20. Quienes creen que Dios es para ser grandemente alabado, no sólo desean alabarle mejor; también desean que otros se unan a ellos. Vendrá el día en que se verá que Él no ha olvidado el clamor del humilde, tampoco el grito de la sangre de ellos ni el clamor de sus oraciones. —Nunca somos llevados tan bajo, tan cerca de la muerte, que Dios no pueda levantarnos. Si nos ha salvado de la muerte espiritual eterna, podemos esperar que en todos nuestros padecimientos Él sea una ayuda muy presente para nosotros. —La providencia soberana de Dios ordena así con frecuencia que los perseguidores y los opresores sean llevados a la ruina por los proyectos que formaron para destruir al pueblo de Dios. Los borrachos se matan; los pródigos mendigan; los contenciosos se acarrean mal a ellos mismos: así los pecados de los hombres pueden leerse en sus castigos y queda claro para todos que la destrucción de los pecadores es de ellos mismos. Toda maldad vino originalmente con el malo del infierno; y quienes siguen en el pecado, deben ir a ese lugar de tormento. El verdadero estado, de naciones y de individuos, puede estimarse correctamente por esta sola regla: si en sus obras recuerdan u olvidan a Dios. —David exhorta al pueblo de Dios a que espere su salvación, aunque sea largamente diferida. Dios hará que se vea que nunca se olvidó de ellos: no es posible que se olvidara. Es raro que el hombre, polvo en su origen, pecador por su caída, al que se le recuerda continuamente ambas cosas por todo lo que hay en Él y acerca de Él, deba aún necesitar una aguda aflicción, un grave castigo de parte de Dios, para ser llevado al conocimiento de sí mismo y hacerlo sentir quién es y lo que es.
Comentario bíblico de Matthew Henry. Salmo 9
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