Comenzar y creer de nuevo (2/2)

¿Cómo podemos recuperar la valentía para amar de nuevo plenamente, cuando hemos experimentado el dolor de una familia fracturada, de adicciones, agravios, o sueños hechos pedazos?
Tómese unos minutos para pensar en qué aspecto tendrían sus relaciones, especialmente las difíciles, si fueran imágenes colgadas en la pared. Por más que algunas evoquen sentimientos de tristeza, vergüenza, enojo o decepción, ¿no hay algo más dentro de ellas? Por dentro y por fuera, alrededor, y a través de todo nuestro risible discernimiento, el deseo da un tirón a nuestros corazones. Creemos erróneamente que este anhelo nos llama a hacer algo meramente externo. Parece como si lo que buscamos está a la vuelta de la esquina, pero cuando llegamos allí ya no está.

Nuestro anhelo de conexión es tan fuerte, que aun después de doblar la esquina mil veces, son sentimos obligados a esperar y a decirnos con cada nueva oportunidad, aunque sea en una medida pequeña: Ésta sí va a ser la experiencia que funcionará, la que responderá a mi necesidad. por Sharon Hersh

Nos humilla pensar que Dios nos haya creado con una necesidad que nos mueva hacia su amor: hallar sosiego para descansar en el Señor Jesucristo. El Señor nos creó con la sed de tener comunión con Él. Pero muchas veces ese deseo se vuelve confuso por las luchas y decepciones de la vida, especialmente cuando nos apoyamos en otros para que lo satisfagan. La confusión, la frustración y la decepción se mantienen constantes en medio de los romances y de las amistades que vienen y van.

En momentos cuando no pude hacerme promesas a mí misma, necesitaba entender la conexión entre el espacio vacío que había en mi corazón, y el Dios que podía llenarlo, como el agua que llena un vaso.

Desde entonces, he llegado a comprender que solo después de que damos los pasos para asegurarnos de que hemos iniciado la relación más importante en la vida —la relación con Dios— y de que estamos creciendo en ella, es que podemos empezar a captar su propósito para relacionarnos con otros. Pero apreciar realmente nuestra necesidad de compañía y de comunidad, solo es posible si somos sinceros con el Señor y con nosotros mismos. La atracción constante hacia los demás, que nos hace vulnerables, es una suave presión que viene de Dios, y nada de qué avergonzarse. Cuando estemos tentados a decir: "Ya no me importa" o "No necesito a nadie", correremos el riesgo de perder la plenitud que Dios quiere que experimentemos en Él por medio de los demás. Apartarnos de su plan nos endurece el corazón, y lentamente nos convierte en personas resentidas. Ahora puedo ver que dejar a las personas fuera de nuestras vidas tiene consecuencias espirituales nefastas; es imposible hacer caso omiso de nuestra necesidad de conexión, sin dañar nuestra unidad con Dios.

También he descubierto que la comunión de la familia, de los amigos y de los vecinos no es el destino final; es el camino que nos lleva a algo más. Tal vez le resulte difícil aceptar esta verdad, a alguien que no esté buscando una experiencia espiritual; que quiera solo tener un esposo que no se duerma frente al televisor, hijos que no le respondan bruscamente, y amigos que le devuelvan las llamadas. Puesto que nuestras relaciones humanas están frente a nuestros ojos, es difícil renunciar a la tendencia natural de creer que nuestro anhelo de conexión tiene que ver solo con las realidades humanas.

Pero el aspecto más sorprendente de la revelación es éste: los altibajos de nuestras relaciones interpersonales tienen el propósito de llevarnos a una unión más estrecha con Cristo. Nuestros corazones fueron diseñados por un Creador que quiere estar en comunión con nosotros más allá de lo que podemos imaginar. Esto es lo que Él desea. Ese es el propósito original de nuestra existencia, y la base de nuestra vida con Él. Conocer este hecho nos permite amar sin temores, incluso cuando tengamos la sensación de que todo está perdido.

Esa noche, mientras mis amigas y yo hablamos de nuestros deseos y fracasos, reconocimos que parecía un poco absurdo estar dispuestas a creer otra vez en las relaciones perfectas. Por todo el dolor y la decepción que habíamos enfrentado en el pasado, era muy natural que nos preguntáramos si era razonable tener la esperanza de un nuevo comienzo. Pero recordamos la promesa divina de que "para Dios todo es posible" (Mt 19.26), y que las relaciones interpersonales son parte importante del plan de Dios para hacernos santos. Inclinamos nuestras cabezas en oración, adoramos a Aquel que nos dio la sed de tener conexiones, y le pedimos la fuerza para beber profundamente de la fuente que Él ha provisto para saciarla.

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