La SED por MÁS >> (testimonial)

EL PLAN DE DIOS PARA LAS RELACIONES INTERPERSONALES

Por Sharon Hersh

"NO ME hago falsas promesas, no puedo soportar la frustración de romperlas". Mis amigas y yo hablábamos de cómo pensábamos relacionarnos con otras personas en el futuro cercano. Pero la verdad era que me sentía un poco insegura en cuanto a ese asunto. Toda la confianza que sentía sobre el tema se había desvanecido cuando, el que había sido mi esposo por más de veinte años, me dijo que había encontrado un alma gemela, y que quería el divorcio. Para mi familia, eso fue como si algo se hubiera roto en mil pedazos sin que toda la terapia y la sabiduría de este mundo pudieran repararlo.

"Prometo dejar de regañar a mi esposo por la manera en que me ayuda en la casa", dijo una amiga. "Después de quince años, es hora de que acepte lo que sí hace, en vez de quejarme por lo que no hace".

Asentí con la cabeza, pero mi corazón sentía el aguijón que se experimenta cuando otras personas hablan acerca de sus matrimonios. Hasta ese momento había estado divorciada por más de diez años, y todavía sentía un poco de humillación cada vez que recordaba que ya no era miembro del club de las casadas.

"Me comprometo a pasar más tiempo con mis hijos, incluso si eso significa ver películas de varones".

"Voy a salir más a menudo con mi esposo".

Mi divorcio fue solo el primer episodio en una temporada terrible de dificultades. Sufrí una recaída en el vicio de la bebida, y dañé a mucha gente en el proceso, incluida yo misma. Mi hijo se deprimió y experimentó con las drogas. Mi hija, quien había tenido siempre las calificaciones más altas en la escuela secundaria, y ganado el premio como la alumna de mejor carácter cristiano, ocho años más tarde confesó que era alcohólica. Mi mejor amiga decidió que ya no podía seguir siendo tal. Mi iglesia se dividió, y nuestros amigos quedaron en ambos lados de la división.

Tal vez usted pueda ver el porqué yo era un poco reacia a hacer promesas. Pero también sabía que yo no era la única que me sentía confundida en cuanto a qué esperar. Preguntemos a las mujeres mayores de treinta años de edad en qué se ha convertido la vida afectiva con que soñaban, y no será raro escuchar historias de tiempos difíciles, de corazones destrozados, y de sentimientos de pesar. Mientras miraba a mis amigas que estaban alrededor de la mesa, pensaba en sus propias historias de dolor y de frustración, y me maravillaba de su determinación de seguir esperando.

Nuestro anhelo no es un error, y no está mal tenerlo. Pero tengo la sospecha de que no soy la única que ha interpretado erróneamente ese anhelo a través de los años, creyendo que un simple toque humano puede satisfacer nuestra sed. La realidad es que todos sufrimos decepciones. Todos tenemos relaciones que fallan. Todos conocemos la soledad. Yo sabía que Dios me había creado para vivir en comunidad con otras personas, pero sentía miedo de esperar algo en un mundo que yo no podía controlar.

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