El mapa hacia la META


Resulta sorprendente la enorme brecha que hay entre quienes reciben al Señor Jesús como Salvador de sus vidas, y quienes en verdad persisten hasta el final en ese propósito.

Sin duda, todos comenzaron con una disposición de cambio. Les asistía el deseo de pensar y actuar diferente, en una sociedad plagada por los anti valores. No obstante, en la práctica, las dificultades o el reto mismo que constituye vivir a Cristo, los condujeron irremisiblemente a experimentar un revés o estancamiento en lo personal y lo espiritual.

Desde el momento en que recibimos a Cristo en el corazón (Cf. Apocalipsis 3.20), comienza una feroz lucha del mundo de las tinieblas por arrebatarnos y llevarnos a la perdición, tal como advirtió el apóstol Pedro: “¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo, porque anda al acecho como un león rugiente, buscando a quien devorar”( 1 Pedro 5.8, Nueva Traducción Viviente)

Es previsible entonces, que si nos descuidamos, las tentaciones del mundo nos arrastrarán de nuevo al mundo de caos en el que vivíamos antes, El Señor Jesús ilustró este principio en la parábola del sembrador. Relata que la semilla cayó en diferentes terrenos, incluso en el sendero. Al explicar la enseñanza, nuestro amado Maestro dijo que “Las semillas que cayeron en el camino representan a los que oyeron el mensaje, pero viene el diablo, se lo quita del corazón e impide que crean y sean salvos. Las semillas sobre la tierra rocosa representan a los que oyen el mensaje y lo reciben con alegría; pero como no tienen raíces profundas, creen por un tiempo y luego se apartan cuando viene la tentación.”(Lucas 8:12, 13. Nueva Traducción Viviente)

Es evidente entonces que no basta con abrirle las puertas del corazón a Cristo. Realmente es allí cuando comienza la carrera de largo aliento, hacia nuestro cambio y crecimiento personal y espiritual.

Sentido de propósito

El proceso de cambio y crecimiento en todas las áreas de nuestra vida, comienza con una decisión. Desde ese momento, desarrollamos lo que llamo con frecuencia, sentido de propósito, que no es otra cosa que asumir dos elementos esenciales: determinación y perseverancia que nos permiten avanzar por encima de las circunstancias.

Cuando se produce la amalgama de estos dos principios, cimentamos una meta hacia la cual llegar. En nuestro caso como creyentes, llegar a la estatura de Cristo (Cf. Efesios 4:13)

Cuando damos pasos en esa dirección, podemos ver el futuro en el presente. Proseguir, aun cuando tengamos todo en contra. No vacilar, sino perseverar, Sabemos que Dios está ahí, con nosotros, aunque pareciera que no lo sentimos.
Al pensar en este aspecto recuerdo la larga lista de hombres de Dios que avanzaron por fe y que figuran en la galería de los grandes creyentes, como lo describe el capítulo 11 del libro de Hebreos.

Muchos perecieron sin ver cumplidas las promesas de Dios. No obstante, hasta último instante perseveraron, como describe el autor sagrado: “Todas estas personas murieron aún creyendo lo que Dios había prometido. Y aunque no recibieron lo prometido lo vieron desde lejos y lo aceptaron con gusto. Coincidieron en que eran extranjeros y nómadas en este mundo.”(Hebreos 11.13, Nueva Traducción Viviente)

Comprendo su desespero cuando quiere renunciar a la vida cristiana y volver atrás. Es una tentación que hemos experimentado millares de personas a través de todos los siglos; sin embargo, el propósito es seguir adelante, sin detenernos, con la mirada puesta en Jesucristo, nuestro ayudador.

El mapa hacia la meta

Cuando no tenemos metas, no llegaremos jamás a ninguna parte. Es allí cuando cobra singular importancia el sentido de propósito. Gracias a él podemos trazar un mapa interior que nadie más que usted define, y que nos indica la ruta de a dónde que remos llegar. Nos permite encontrarle objeto a todo cuanto hacemos, y por supuesto, a nuestros esfuerzos.

El principal motor para avanzar es el convencimiento de que nos espera Cristo Jesús al final del camino. Él está allí con sus brazos abiertos, No necesita que le demos explicaciones, porque más que nadie, comprende nuestro sufrimiento y desvelos, y también esos pequeños logros que los demás no percibieron pero que para usted y para mi representan un enorme aliciente porque nos corroboran que sí estamos cambiando.

Cuando tenemos una meta clara, aprendemos el cómo llegar—que es el método--, y el cuándo—que es el tiempo--. Permítame explicarlo: cuando crecemos en Cristo, reconocemos que no es en nuestras fuerzas sino en las de Él, que podemos lograrlo. Reconocemos la necesidad de orar y depender de Él, que es el método, y la importancia de estar asidos de su mano siempre, que es determinado por el tiempo.

La intimidad con dios nos ayuda a dar pasos sólidos hacia el cambio y crecimiento. Pero debemos sumar el esfuerzo y la perseverancia, que nos permiten avanzar sin importar los obstáculos.

El crecimiento se alimenta de pequeños pasos

¿Ha visto alguna vez a un escalador de montañas? No llega a la cima en un abrir y cerrar de ojos. La distancia que le separa desde la base hasta la cumbre, la cubren paso a paso, con esfuerzo. Eso es exactamente el crecimiento en la vida cristiana: la concatenación de pequeños pasos. Uno tras otros. Sumados, evidencian crecimiento en nuestra existencia.

Consciente que representa un proceso, el apóstol Pedro instruyó a los creyentes del primer siglo y a nosotros hoy, que avanzaran firmes en su crecimiento personal y espiritual: “Queridos amigos, ya que son <>, les advierto que se alejen de los deseos mundanos, que luchan contra el alma. Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue el mundo.”(1 Pedro 2.11, 12. Nueva Traducción Viviente)

Si luchamos es nuestras fuerzas por cambiar y crecer, estaremos dependiendo de nuestras fuerzas, del ingenio, las habilidades y un ánimo competitivo para enfrentar el reto. Cuando dependemos de Dios, dependemos de la fuerza sobrenatural que proviene de Él, seremos obedientes a sus principios, y todo cuando hagamos, estará enfocado a crecer para serle hijos conforme a su voluntad.

Es un proceso, no lo olvide jamás. No cambiará y crecerá de la noche a la mañana, sino paso a paso, de la mano de Dios. Usted no está solo. El Señor Jesús siempre ha estado y estará junto a usted. Basta que dependa de Él. ¡No se arrepentirá! Descubrirá que cambiar es fácil con ayuda de Dios.

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